Cádiz bien vale una misa

 


De las decenas de enfoques diferentes desde los que ha sido analizada y “tertuleada” la movilización de los trabajadores y trabajadoras del metal de Cádiz me ha llamado la atención que se haya pasado de puntillas sobre un elemento que, bajo mi punto de vista, es importantísimo para explicar muchas de las circunstancias que rodean este conflicto en particular, pero que no deja de ser la muestra del escenario laboral, social y político en el que nos encontramos.

Que hayan tenido que realizar  nueve jornadas completas de huelga para conseguir no perder  (en el mejor de los casos) el poder adquisitivo durante el periodo que dure el Convenio Colectivo es tan injusto, incompresible, y debería ser tan anómalo, que sólo plantearlo nos tendría que provocar vómitos.

Cuenta la leyenda que hubo una época en la que no había Convenio Colectivo que no tuviera su cláusula de revisión salarial, y que incluso había Convenios que pactaban subidas con un diferencial por encima del crecimiento del IPC.

Pero llegaron los predicadores de una nueva religión, la competitividad, y todo se organizó en torno a ella.

No había elemento social, ni laboral, ni político que no se mirase por el ojo de la competitividad.

Y las cosas dejaron de tener sus porqués.

Se perdió la trazabilidad argumental de todos los elementos que hasta entonces no nos habíamos cuestionado. Algunos habíamos dado por hecho que todo el mundo  entendía que determinadas cosas tenían que ser así y que siempre serían así.

Y el salario perdió su porqué. 

Pasó de ser el elemento de subsistencia por el que la mayoría de las personas deberían poder tener una vida digna y un proyecto vital, a ser una ofrenda dispuesta en el altar de la competitividad.

En ese proceso se forjaron herramientas que nos han ido conduciendo a esta realidad. Al principio las empresas organizadas sindicalmente mantenían su fuerza y sus cláusulas de revisión salarial y, para rendir culto a la diosa competitividad se aceptó la externalizaron de  las actividades menos rentables, más sucias, de menor valor añadido... ¿A quién? A otras empresas con plantillas menos organizadas (por circunstancias varias), y por lo tanto, menos sujetas a controles de todo tipo, pero sobre todo laborales.

Cuando este proceso se había exprimido al máximo y la externalización ya se hacía con cualquier tipo de actividad, las propias empresas que reciben estas actividades buscaron otras herramientas para poder mantenerse dentro de la religión. Y proliferaron los falsos autónomos en cualquier sector o profesión, y después las plataformas digitales, por ejemplo.

Pero profesar esta religión exige más sacrificios. Y aquellas empresas que estaban fuertemente sindicalizadas, ya no lo están tanto. Y además sus plantillas se han hecho creyentes (quizás por falta de otras religiones, pero eso es otra parte de la historia), por lo que están ya más dispuestas a ofrecer dádivas para no ser expulsados del paraíso.

Aceptan desvincular la subida salarial de la carestía de la vida y se atan a los nuevos credos de la productividad, los objetivos y la rentabilidad bursátil o accionarial.

Y el salario deja de cumplir su función original y se pervierte dentro del mercadeo general.

Ahora, cuando el salario ya no permite vivir con dignidad a muchísima gente, cuando las referencias sociales y laborales están difuminadas, la mayoría de las discusiones sobre lo que ha ocurrido estos días en Cádiz pasan por si han sido protestas más o menos violentas; por si se han reprimido suficientemente; por si uno ha actuado mejor o peor políticamente; por si los y las huelguistas tenían motivos  justificados o no tanto…. Pero no he encontrado ninguna referencia que cuestionara que la patronal no tuviera que garantizar en general el poder adquisitivo.

Creo que la competitividad nos ha ido haciendo posibilistas, y nos ha adoctrinado en la fe del mercado. Vemos lógico que una empresa fije sus objetivos, y a partir de ahí todo se ponga al servicio de esos objetivos.

Sin confrontar mucho, sin condicionar duramente, sin exigir un control exhaustivo y sin castigar excesivamente sus desmanes. “No vaya a ser que no sea competitiva y cierre”

.

Si para que consiga sus objetivos hay que arrimar dinero público, hay que preparar infraestructuras públicas, hay que asumir ruidos, olores, vertidos, o hay que flexibilizar los controles sobre las condiciones de trabajo, hagámoslo.

Ellos generan empleo y nosotros sólo generamos “su” riqueza.

Para todo lo demás, a pedir a Lourdes.

Comentarios

  1. Interesante...., pero chocante a la vez que una vez dado el paso de lograr la movilización, la adhesión cada vez mayor y de tan distintos ámbitos , tanquetas progresistas incluidas...; sean los mismos sindicatos mayoritarios la última defensa de este paripé de acuerdo.
    -------en la cara y nos dicen que llueve!!

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    1. Cierto Carlos.
      Esa es una de las claves que planteo cuando digo "Sin confrontar mucho, sin condicionar duramente..." Es el precio de permanecer dentro del sistema. Los sindicatos que forman parte de la institucionalidad están en esa encerrona. Por un lado, la necesidad de movilizar para evitar los desmanes de las patronales; pero por, otro la de tener en todo momento controlada la movilización y que no se expanda más de lo que necesitan por que si no, dejan de ser los interlocutores necesarios. Con este tipo de acuerdos logran mantener su papel de agentes necesarios ante las instituciones porque tienen la capacidad de desmovilizar inmediatamente, y a su vez, se atribuyen el papel de únicos solucionadores de los problemas.
      Eso da para más de una reflexión, pero ese no era el elemento central que intentaba plantear.

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