ENTRE PUROS Y APARATOS POLÍTICOS
Las palabras son las palabras y
expresan aquello para lo que fueron consensuadas.
Después vienen las derivaciones
que el uso (bueno o malo) hace de ellas y las adaptaciones que la sociedad
reconoce.
Por último se añade el contexto,
la entonación y el estado del receptor; y el significado puede resultar el
contrario del original.
Tengo dudas de si, cuando una
compañera o compañero de Organización Política o Sindical, utiliza refiriéndose
a otros compañeros el término “puros” como término peyorativo, cree de verdad
que está insultando o molestando.
Es verdad que estamos en un
mundo y una sociedad llena de contradicciones. Que ninguno nos salvamos de ellas y que además, como somos personas con
capacidades y tiempos limitados, aunque
algunas veces queramos hacer algunas cosas no podemos sacarlas adelante. O
simplemente por el esfuerzo que supone enfrentarse a ellas o a las repercusiones
que tendría, dejemos de hacerlo.
Pero hay mucha diferencia entre
reconocer las limitaciones tratando de actuar con la mayor coherencia posible
en función de ellas, y convertirse en un talibán de la defensa a ultranza de lo
contrario que se intenta defender.
Soy consciente de que intervenir
en política al margen, o frente, a los aparatos de los partidos tiene un
recorrido muy corto. Es imposible mantener continuidad, obtener cierta
información, tener los recursos técnicos y especializados necesarios para tomar
las decisiones…
Por eso, en su interior se ha creado una especie compuesta
de personas que se adaptan perfectamente a las coyunturas y sobreviven a todas
las vicisitudes, aunque para ello tengan que transformar el significado de las
palabras y retorcer los argumentos hasta el cinismo.
Personas que se erigen en
defensoras de la democracia cuando actúan despóticamente, que se declaran
dialogantes cuando ni dan explicaciones ni admiten propuestas; que desgastan
términos como mayoría y libertad para esgrimir el autoritarismo.
Porque el respaldo y la
pertenecía al aparato permite, cuando no alimenta, esas actitudes.
No estoy descubriendo nada
nuevo, yo he sido aparato.
Pero también por eso, ya no lo
soy, ni pretendo serlo. Porque no le
pongo precio a la coherencia y a la honestidad.
Pero no serlo no significa
renunciar a intervenir. Hacer política no es sólo ser aparato, ser concejal,
ser diputado o diputada.
Hacer política es respaldar con
tu palabra, aunque sea torpe o aburrida; con tus acciones aunque tengan poco
calado o creas poco importantes; con tu presencia, y con tu propuesta a
aquellas personas que creas que representan o pueden representar con sus
hechos, además de con sus discursos, los valores que tu consideras mínimos o
imprescindibles.
Se ha extendido mucho el no nos
representan. Nos representan los que nos representan porque les dejamos, porque
no los controlamos, por que nos cansamos de seguirlos y porque creemos que
acaban engañándonos.
Porque no participamos activa y
permanentemente. Y eso los aparatos lo saben. Trabajan a desgaste, porque
alguien que no pertenezca al aparato, que tenga que trabajar en otras tareas
para sobrevivir, no dará continuidad a su actividad política.
Por eso es tan importante el
control de los aparatos políticos. Y ahí está el precio.
Mantener la coherencia puede ser
contrario a intereses personales y/o de grupo. Incluso de partido en algunos
casos.
Y esto puede ser que muchas
personas no lo entiendan. Que prefieran el camino de la actividad política como
medio de vida, como fórmula de poder, como fin en sí mismo.
Lo respeto, pero no por ello
dejaré de denunciar su falta de coherencia y de honestidad cuando así sea. Ni
dejaré de apoyar a quién yo crea que cumple con más rigor estos requisitos.
Por eso saludé y apoyé la
decisión de mi compañera Carolina Cordero en IU-Parla al desmarcarse, siendo la
portavoz del grupo municipal, de la actuación de sus compañeros y pedir la
dimisión del Alcalde, tras su encausamiento por supuesto delito de
prevaricación y desobediencia, mientras que los demás callaron.
Pongo en valor esta actitud porque se cual es el precio que tendrá que pagar ante el silencio clamoroso de la
mayoría de la organización controlada por el aparato.
Si esto es ser “un puro”, reivindico
el papel del “puro” aunque esté devaluado, y sea menos eficaz para ganar
asambleas, votos y elecciones que prometer puestos de trabajo y prebendas.
Sin serlo, ni pretenderlo, me
siento mucho más cerca de ellos que de los que están en política por interés
personal o de allegados. Mucho más cerca que de los corruptores y los
corruptibles. Y sobre todo más cerca de ellos que de los que ganan siempre
todas las batallas porque deciden cuáles son las reglas, cómo se interpretan y
cuándo hay que aplicarlas o mirar para otro lado.
Estoy convencido de que los
compañeros y compañeras que califican
así a quéenes les recriminan su falta de coherencia y sus bandazos nos consideran tan lejos de los puros como consideran
que ellos mismos lo están de la corrupción.
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